sábado, 31 de octubre de 2009

Contra las patrias. (31)


Reconozco que personalmente no siento demasiado cariño por la ideología tercermundista, que me parece uno de los más indeseables productos del imperialismo yanqui. También estoy convencido de que la cultura tiene, por propia naturaleza, una dimensión invasora y no deploro que los íberos, por ejemplo, vieran anegados sus más caros rituales bajo el vigoroso colonialismo del pensamiento griego y la legislación de Roma. Lo que en cada pueblo es culturalmente peculiar y merece eternizarse no puede retroceder ante el mestizaje, la impregnación y la confrontación con los complejos culturales dominantes de la época. Parafraseando un dicho de Alejandro Dumas sobre la novela histórica, pudiera establecerse que es lícito violar una cultura, pero a condición de hacerle un hijo: pues nada es más estéril que la pureza autóctona y las raíces incontaminadas. Por otra parte, al cultura no debe renunciar a principios de valoración con pretensiones universales, y, ahora, no me refiero a culturas nacionales, sino a lo que es más importante, a la cultura que asume y vive cada individuo. Hay ciertas cosas que deseo como valiosas en sí mismas, más allá de las diferencias geográficas o raciales, lo que me permite juzgar comportamientos de comunidades a las que no pertenezco y denunciar desmanes lejanos. Si oponerse a la barbarie inspirada por venerables tradiciones es etnocentrismo o imperialismo cultural, bienvenido sea. Hay cosas que me parecen más respetables que las peculiaridades tribales. No admito que se invalide mi repudio de la teocracia de Jomeini arguyendo que, como yo no soy musulmán ni chiíta, no puedo comprender lo que ocurre en Irán. Y, ante ciertas atrocidades, no vale dcir "a los judíos nos odian" o "a los vascos no nos entienden" como coartada difrencialista de lo que en ninguna parte puede tener cabida. Nada más saludable que potenciar la típica expresión cultural de cada pueblo, frente a la uniformización multinacional de plástico y hamburguesa, pero que sea para darle contenidos más altos que el balbuceo folclórico o la justificación del crimen.

Contra las patrias. (30)


Soy un escritor vasco cuya lengua habitual y literaria es el castellano. No me parece que haya que pedir excusas por ello ni consentiría que nadie me derogase de mi ciudadanía por semejante circunstancia. Dada la especial relación de un creador con su idioma, el trasvase lingüístico es muy problemático, pero no creo en modo alguno que sea preciso expresarse en euskera para defender los derechos de esta lengua (y aún menos los de euskadi en general), lo mismo que sería absurdo suponer que sólo pintándose la cara de negro puede uno apoyar la lucha antisegregacionista, o que es preciso usar faldas para comprender las reivindicaciones feministas. Además, las lenguas no se odian entre sí, sólo los fanáticos que las manejan. ¿No está ya acaso y para siempre el castellano en tantas y tantas palabras nuevas del batua? ¿No forma parte cierto vocabulario vascuence, ciertos modismos ususales y hasta cierta peculiar entonación del castellano euskerizado que hablamos y escribimos los vascos? Es una hermandad más sabia que los disparates contrapuestos del rencor o del burocratismo centralista. Quien ama el misterio poético de las palabras, ama también la diversidad irreductible de las lenguas y considera empobrecimiento cultural todo lo que se haga contra ella. No es verdadero amor al castellano lo que mueve a algunos a intentar convertirlo en fundamento de una concepción monolítica de España; ni tampoco es auténtico amor al esukera el de quienes quisieran utilizarlo como coartada aislacionista para practicar una cultura hecha no tanto de peculiaridades como de exclusiones, en la que su torpe cerrilismo se arropase como "casta". Pues la razón habla por igual en todas las lenguas, pero no todo lo que se dice en cada lengua es igualmente razonable...

jueves, 29 de octubre de 2009

Contra las patrias. (29)


Nada fomenta más realmente, más hondamente, la paz del Estado que la protección y desarrollo del euskera, catalán, gallego, etcétera, porque cada palabra respetada es violencia evitada; pero nada más miserable que quien utiliza una de esas lenguas como arma de combate e incomunicación, como pura negación de la disposición a entender y ser entendido, porque mata el lengauje que emplea más eficazmente que quien antaño lo prohibió. No es cierto que, si uno no quiere, dos no riñen: basta con que uno opte por la destrucción arrogante de la violencia para que ésta despliegue su lepra e inicie la mímesis vengativa. Para hacer lo realmente difícil, en cambio, lo realmente precioso -hablar, amar- hacen falta al menos dos: ahí está la gracia.

Contra las patrias. (28)


La única alternativa activa, pero no destructiva, a la violencia es la comunicación, centrada en torno a ese instrumento privilegiado que es el lenguaje humano. Mi deseo rec tlama su gratificación de los otros, del mundo: si no se me concede de inmediato -y nunca se me concede de inmediato, salvo en la primera infancia-, puedo optar por la impotente omnipotencia destructiva o someterme a la angustia inhibidora de la frustración (que en cualquier momento puede revertir en violencia). Pero hay una tercera vía, la propiamente humana, que consiste en actuar por medio del lenguaje. Puedo así influir en la conducta de los demás y entrar en acuerdo con ellos para que favorezcan mi designio gratificador: si no lo consigo a las primeras de intercambio, doy al menos cauce a la urgencia de mi deseo de un modo no aniquilador ni suicidario, es decir, abierto a lo posible y a su promesa. Lo demás es asumir la muerte como único reverso a nuestro alcance del Todo. El aumento de las posibilidades de comunicación es un factor que favorece el auge de conflictividad, pero disminuye en cambio la violencia. Frente a una doctrina establecida de que vivimos en una época inusitadamente violenta, ésta es la opinión del biólogo Henri Laborit: "Si la criminalidad interindividual ha disminuido notablemente a lo largo de estos últimos siglos, como demuestran todas las estadísticas mundiales y contra lo que los medios de comunicación intentan inculcarnos, lo debemos posiblemente a que la alfabetización y la utilización del lenguaje se han generalizado hasta tal punto que, según demuestra J.M. Besette con toda la seriedad de las estadísticas, el crimen sigue siendo atributo de quienes no saben expresarse, de quienes, aun teniendo algo que decir, lo dicen mal.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Contra las patrias. (27)


El nacionalismo vasco ha brotado de la presión del nacionalismo español y no va a suprimirse por decreto ni a fuerza de Guardia Civil. A fin de cuentas, el independentismo vasco es muy español, como bien supo ver Bergamín. Por algo les decía Ortega a sus lectores alemanes: "Les habla un hombre perteneciente a un pueblo caracterizado por sus "guerras de independencia" en el orden territorial y en el orden intelectual". Es inútil lamentarse, como hacen los patriotas nacionalistas hispanos, de que los vascos no se "sientan" españoles. Nadie se siente perteneciente a una naciión por la fuerza: todo lo contrario. Yo no me "siento" español (ni creo que me "sintiera" tal cosa, aunque hubiera nacido en cualquier otra parte de este país), sino que me sé español, es decir, sé que a lo que yo soy desde el punto de vista español. Tengo lazos afectivos e intereses políticos con la empresa comunitaria llamada actualmente "España", y sanseacabó. Para "sentirme" español tendrían que prohibirme serlo, tendrían que marginarme o perseguirme por serlo, que es precisamente lo que les ha ocurrido a los vascos que se "sienten" vascos (y lo que comienza a pasar a determinadas personas que se sienten excluidas en Euskadi o Catalunya por la presión nacionalista).

Contra las patrias. (26)


El nacionalismo es a la vez expansionista y aislacionista, subversivo y rígidamente organizador. Padece una fascinación fetichista por la identidad y un gusto coactivo por lo unánime, por lo "popular", que se expresa en lo que el polemólogo Gaston Bouthoul llamó heterofobia, odio a lo otro, a lo que rompe la imagen unitaria y nativista en la que se han depositado todos los valores. El mal siempre está fuera y viene de fuera: son cómplices suyos quienes, estando dentro, demuestran menos fervor por la reivindicación colectiva. Las actitudes, ideas y comportamientos no son buenos o malos por su condición intrínseca o por las razones en que se sustentan, sino por ser "nuestros", "lo de aquí" etcétera. Esta condición militante de enfrentamiento ha hecho del nacionalismo la ideología bélica por excelencia. Ningún movimiento combativo de importancia durante el pasado ni en éste ha podido prescindir mucho tiempo del nacionalismo (la revolución soviética de Octubre, que parecía una excepción, se incorporó también con Stalin al aire de los tiempos). Por otro lado, el nacionalismo al anticolonialismo y con todos los regímenes políticos, fuesen dictatoriales o democráticos. Las Iglesias se han adaptado a él sin escándalo y lo han potenciado; los ateos y librepensadores han encontrado en su seno un sustitutivo de la religión.

martes, 27 de octubre de 2009

Contra las patrias. (25)


Concretemos un poco estas reflexiones, centrándolas en el caso español. En nuestro país, con los gobiernos democráticos de derechas y de izquierdas, se han intentado solucionar con un único dispositivo legal dos problemas distintos: por un lado, el reconocimiento institucional de comunidades con rasgos propios (lengua, tradición, conciencia nacional, etcétera), secularmente maltratadas en lo cultural y en lo político por el Gobierno central; por otro, afrontar una descentralización admisnistrativa imprescindible para la modernización del Estado y el abandono de los modos totalitarios de la dictadura. Reunidas en un solo lote estas exigencias dispares, ha habido que inventarse por todas partes nuevas identidades semi-nacionales para diluir las efectivamente existentes al igualarlas por el mismo rasero; y, aquí o allá, en los lugares más imprevistos (¡hasta en el propio Madrid!) ha comenzado a sonar el himno de la fiel autonomía... Se dice que de este modo se pretende luchar contra los "privilegios" de unas comunidades con respecto a otras, pero ¿es el mantenimiento de la solidaridad en el país o el de cierta imagen patriótica de control, y del control estatal, lo que se busca? ¿No hay privilegios más dañinos y por el momento más inatacables que debieran ser eliminados prioritariamente? por otro lado, es evidente que partidos abiertamente de derechas han adoptado la bandera del nacionalismo en las comunidades históricas como la ideología que menos puede afectar a sus intereses económicos y que mejor puede legitimar su supremacía política. Cuentan para ello con la paradójica colaboración de grupos independentistas-izquierdistas de ideología netamente delirante y que suelen atacar al hombre a la más fútil provocación. El lema de unos y otros es: "Estamos peor que nunca". En efecto, muy mal tienen que estar las cosas para que ellos lleguen a convertirse en protagonistas. Resumiendo en dos palabras la situación: los demócratas tienen que tomarse en serio las reivindicaciones específicas de las nacionalidades que efectivamente lo son, y los nacionalistas deben aceptar que sólo en el marco y con el apoyo de un Estado democrático español pueden salir sus aspiraciones del resentimiento pasado hacia el futuro más plural y más justo.

lunes, 26 de octubre de 2009

Contra las patrias. (24)


También se juega a los pequeños imperialismos, se reivindica la anexión de territorios dudosos que se resisten a la nueva uniformización, etcétera. Pero, sobre todo, se corre el peligro de crear nuevos marginados, pues toda identidad furiosamente perfilada expulsa de sí a los diferentes o aun a los escépticos. Cada nacionalidad minoritaria que lucha por afirmarse tiene derecho dentro de sí a sus propias minorías, que lo son por avatares históricos tan lamentables y tan dignos como los que determinaron la opresión del colectivo en lucha. Propugnar una peculiaridad cultural y nacional desde la pluralidad siempre abierta (y en el fondo, profundamente cosmopolita) de las diferencias no oprime a nadie ni va más que contra los trasnochados imperialismos fascistoides. Por el contrario, clausurarse de nuevo en el "somos así contra ellos", es decir, nos definimos por el cierre frente a los enemigos, frente a los que no comparten nuestras claves y nuestros guiños (o sea, que no nos entienden), condena a dejar la incipiente comunidad en manos de los elementos más "prototípicos", que son los más esquemáticos, los más obcecados y también por lo general los más bribones.

domingo, 25 de octubre de 2009

Contra las patrias. (23)


¿Qué es un pueblo? ¿Nace o se hace? ¿Brotan los pueblos "puros" o se fraguan todos en el mestizaje histórico y cultural, es decir, en pérdidas y transformaciones graduales de la propia identidad? ¿Corresponde a cada pueblo su propio Estado, a cada Estado, un único pueblo? En una palabra: es evidente que el individuo, a partir de las grescas revolucionarias del Siglo de la Luces (cuyo ideal, por cierto, era universalista y no nacional), tiene reconocido derecho a su libertad de creencias, expresión, asociación e intervención en la vida pública; pero convertir al pueblo es un individuo colectivo quasi-natural y concederle por tanto los mismos derechos humanos es algo notablemente más problemático y discutible.
La identidad nacional sirvió, en su momento, para dotar de un mito legitimador a la función centralizadora del Estado. Una de las novedades de nuestro siglo es haber visto nacer un uso del nacionalismo cuyo primer resultado es disgregar y desmembrar los Estados presentes, aunque en muchas ocasiones sea en nombre de la futura constitución de otro Estado más reducido.

sábado, 24 de octubre de 2009

Contra las patrias. (22)


Hubo cierta vez un país, llamado por unos "España" y por los técnico-cursis acomplejados "Estado español", que salió por fin de una vieja dictadura y soñó con hacer política en libertad. Pero todo quedó reducido al simple y mísero triángulo persecutorio. Aquí no hay más remedio que ser demócrata, golpista o terrorista. Pero lo malo no es este abreviamiento escandaloso de las posibilidades de opción, sino el que cada uno de esos tres papeles no tenga otro contenido que su exclusión de los otros dos. Así, por ejemplo, ser demócrata viene a consistir exclusivamente en no ser golpista ni terrorista, y nada más. ¡Qué pobreza! Como es obvio, dado que cada uno de los tres modelos políticos subsiste gracias a los otros dos, todos se repudian estentóreamente en público y se reclaman con complicidad inconfesable en privado. Por lo demás, su tarea estriba tan sólo en hostigarse. El terrorista azuza al demócrata para que ésie libere al golpista que lleva dentro, el golpista le zurra al demócrata porque le supone culpable de las fechorías del terrorista y el demócrata persigue al terrorista, mientras deseperadamente le hace señas disimuladas y le susurra, señalando con discreción al golpista: "¡Quieto, so bruto, que nos están mirando!".

Contra las patrias. (21)


Las autonomías han sido una fórmula política que se propuso en primer lugar dos objetivos y luego asumió un tercero, difíclmente compatible con los anteriores. Por un lado, la articulación autonómica pretendió reparar el abuso histórico que se había hecho contra la lengua y la identidad de países tan caracterizados tradicionalmente como Vascongadas o Catalunya, y también engarzar el autogobierno de estas áreas de manera positiva en el conjunto de la política nacional; pero también se quiso después contrarrestar esta particularidad ominosa entendiendo la conciencia nacionalista allí donde jamás había habido otra identidad nacional que la española y limitar por medio de una proliferación salvaje de las autonomías el alcance o la relevancia efectivas de ninguna de ellas. Que el invento salió mal, a la vista está. La querella antiespañolista sigue presente como antes en Euskadi o Catalunya, aunque desde luego con muy diversa agresividad de perfiles; pero, además, ahora hay parvenus al nacionalismo que atribuyen a incomprensibles patriotismos mancillados los agravios comparatvos de la Administración central y se comportan miméticamente como aquellos hombres-oso o mujeres-cebra embarazosamente mestizos de "La isla del Doctor Moreau" de H.G. Wells.

viernes, 23 de octubre de 2009

Contra las patrias. (20)


Deploro el nacionalismo como una de las peores enfermedades políticas de nuestro siglo, sin cuya curación o alivio es difícil imaginar cualquier profundización del proceso democrático. Admito -como todo el mundo, por lo visto- el derecho a la autodeterminación de los pueblos, pero tengo mis reservas en cuanto a lo inequívoco de las palabras "derecho", "autodeterminación" y "pueblo". Por otro lado, creo que no es necesario compartir la pasión nacionalista para apoyar el derecho a su más libre expresión, lo mismo que no es preciso ser creyente para reivindicar la libertad religiosa. En el caso concreto de España, prefiero un sistema democrático, con libertades garantizadas y aspiración efectiva a la justicia social, sea cual fuera su simbología nacional o la articulación de sus partes, que cualquier concepto místico de la nación que me pueda obligar a vivir en una sucursal de Chile o de Albania. El fenómeno nacionalista sólo me preocupa en cuanto pueda facilitar o impedir la efectiva libertad política del Estado en que vivo y nada más que por eso.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Contra las patrias. (19)


Por supuesto que no cabe dudar de los derechos de tales lenguas a ser defendidas y prioritariamente promocionadas en sus respectivas áreas, de modo que se corrija el desequilibrio que privilegió durante demasiado tiempo al castellano en su detrimento. Pero en ocasiones cabe sospechar que el énfasis en su promoción es más político que cultural y que, en ciertos casos, se las defiende más por lo que tienen de obstrucción a la comunicación con el resto del Estado que por su carácter propiamente lingüístico, es decir, comunicacional. Toda lengua es esencialmente pacífica, humanizadora, y ésta es la parte de espíritu que hay realmente en ella: convertirla en arma es mutilarla de lo más propiamente libre y noble que encierra en su propósito. Tan miserable es el castellanista a ultranza que aconseja a los catalanes o vascoparlantes que aprendan inglés porque es más útil que su idioma propio -como si tal utilidad fuera el único propósito de la cultura y de la lengua-, como quienes ven en su lengua materna o adoptada una herramienta para separar a conciudadanos que por mil condicionamientos históricos tienen razones y derechos para estar juntos. Mi amigo Juan Aranzadi designó a este uso de las lenguas vernáculas con la denominación de "afirmación heráldica" en un encuentro habido en Gerona sobre qué es dejar de ser España, con tanto acierto por su parte como escándalo entre quienes no lograron o quiseron entenderle.

Contra las patrias. (18)


La exaltación patriótica (inducida) de los mil y un nacionalismos urgentemente prefabricados anteayer y que dan de comer provechosamente a tanto cacique y a tanto político corrompido. Viendo éstos la rentabilidad de la disidencia, no cesan de buscarse más o menos grotescas señas de identidad, exhiben mutilaciones sufridas en su oprobio colonial hasta hace poco no presentido y fomentan por todos los medios a su alcance un perpetuo afán bélico de todos contra todos en el que depositan su esperanza de medro político.

lunes, 19 de octubre de 2009

Contra las patrias. (17)


Una última palabra, desde la reflexión ética. En su libro "la paradoja de la moral", Vladimir Jankélevitch habla de ser fundamentalmente evitado por el proyecto ético. La prosopolepsia (del griego prosopon, máscara) es un error denunciado en diversos textos neotestamentarios, que consiste en conceder importancia primordial a alguna de las máscaras de la identidad humana en lugar de reconocer aquello verdaderamente humano, la libertad que nunca puede identificarse sin cristalizar en cosa muerta. La máscara nacional es una de las fabricadas por la libertad humana, que gusta de darse forma y de crear los símbolos de su arrogancia o de su demanda; el patriotismo es el entusiasmo puesto al servicio de esta máscara, a veces tan noble y a veces tan obcecado y letal como cualquier otro entusiasmo. A diferencia del cruel De maitre,la ética conoce al hombre y no al francés, al italiano o al ruso. Es decir, conoce al hombre y su opción libre en el francés, el italiano, el ruso o el apátrida. Respeta la diversidad sin la que no habría más que un solo y totalitario dominio, pero mantiene intacto el ideal de universalidad que rescata a la virtud de ser instrumentalizada por una u otra estrategia de poder. Porque todas las víctimas del patriotismo son víctimas de un malentendido y de un absurdo del que a fin de cuentas sólo unos cuantos -los más brutales- sacan auténtico provecho. Y las víctimas deben ser respetadas, honradas, compadecidas; pero el ídolo al que fueron inmoladas no merece más que uno cuantos certeros golpes de piqueta.

Contra las patrias. (16)


Me parece que la izquierda actual no deplora con suficente intensidad la presente decadencia del internacionalismo. Quizá no haya habido nunca otro ideal tan auténticamente progresista como éste, verdadero descenso a la tierra del celestial propósito de fraternidad cristiana. Nada tiene que ver el internacionalismo revolucionario con la homogeneización multinacional y estandarizada de las diferentes comunidades. Porque tan nacionalista (y por tanto reaccionario y oscurantista) es quien no reivindica su diferencia más que para edificar un estado sobre ella como quien sostiene un Estado para aplastar las diferencias. Ser internacionalista es estar racionalmente convencido de que la división en naciones -que no tiene nada de "natural"- no hace sino impedir la emancipación humana y que el mito patriótico-nacional sirve siempre para legitimar en el poder a la oligarquía más abyecta y rapaz. A esta regla no se conocen excepciones. Por desgracia, la izquierda se ha acomodado con desoladora facilidad al lenguaje nacionalista.

domingo, 18 de octubre de 2009

Contra las patrias. (15)


A partir del siglo XVIII, ningún movimiento importante en lo político, lo religioso, o lo cultural ha dejado de estar vinculado de un modo u otro al nacionalismo. Cualquier idea o propuesta colectiva, para alcanzar verdadero arraigo popular, parece necesitar el apoyo de las andaderas nacionalistas. Ha habido nacionalismos integristas y revolucionarios, emancipatorios y colonialistas, religiosos y profanos (aunque, en cierto sentido, importante, todo nacionalismo es religioso), refinados y simplistas, vanguardistas y ultratradicionales, racistas y antirracistas... En ocasiones, el nacionalismo ha despertado lo peor del Estado, y en otros momentos ha rescatado lo mejor. Pero de uno u otro modo, el patriotismo ha seguido acumulando víctimas.

sábado, 17 de octubre de 2009

Contra las patrias. (14)


En sus "Acotaciones" observa Benavente: "Todas las madres y todas las patrias nos quieren pequeños para que seamos más suyos. La diferencia es que la madre llora ya acaricia; la patria detiene y castiga". Virgen inmaculada y expuesta en la picota al asalto de los lujuriosos dragones enemigos, la patria es también madrastra represora. En cualquier caso en su regazo hemos de hacernos pequeños y balbucientes, acríticos, incapaces de distanciamiento o réplica. Un político español del siglo pasado ya dejó dicho que la patria, como la madre, no es buena ni mala, sino nuestra. No hay mejor modo de condensar en pocas palabras la obcecación de un mito y aprovechar el naturalismo de un instinto para fundar el apego a una institución histórica, es decir, convencional. "La patria hay que sentirla", "quien la discute no es un bien nacido", "su unidad es sagrada", etcétera, declaraciones rotundas destinadas a cerrar el paso a cualquier reflexión sobre una realidad cuya fuerza aunadora consiste en no soportarlas, en rechazarlas de antemano todas. Y es que la razón es disolvente, particularizadora, individualizadora; es un instrumento que cualquiera puede utilizar sin esperar el permiso de la autoridad competente ni someterse al último grito unánime de la multitud aborregada; y es también una instancia difícil de sobornar, que reclama pruebas y confirmación empírica, o al menos verosimilitud lógica, a los grandes lemas que se vociferan ante ella. En una palabra, la razón es la tarea del adulto y conviene mal al patriota, cuya condición -por muy feroz que sea al exteriorizarse- exige aniñamiento y puerilidad. Hijo, me matas a disgustos, que díscolo eres: toma ejemplo de tu hermanito, que es tan bien mandado y tan formal...

viernes, 16 de octubre de 2009

Contra las patrias. (13)


Esta necesidad de oposición y hostilidad nos lleva al corazón mismo de la idea nacional, que es el enfrentamiento. Puede haber nacionalismos conciliadores y nacionalistas sinceramente solidarios con los problemas de otros pueblos, pero el mito de la Nación es agresivo en su esencia misma y no tiene otro sentido verdadero que la moovilización bélica. Si no hubiera enemigos, no habría patrias, queda por ver si habría enemigos en el caso de no haber patrias... la nación se afirma y se instituye frente a las otars: su identidad propia brota de la rebelión contra o de la conquista del vecino. Buena prueba de ellos es el mecanismo paranoico de autoafirmación patriótica, que lleva a inventar una Antipatria como límite y definición de cada patria. La primera y fundamental anti-patria es el extranjero, el bárbaro hostil; por extensión, cualquiera que en el interior de la comunidad disiente de la identidad establecida y objeta con su conducta o sus ideas contra el retrato-robot del perfecto individuo nacional. Sin antipatria no hay tampoco patria imaginable ni cada particular podría hacer por la suya esos "sacrificios" que según María Moliner le certifican como patriota. Por ello el auténtico nacionalista y el auténtico patriota, en cuanto que vivan para su sentimiento de identidad grupal, nunca se avendrán a reconocer que no están cercados o amenazados, nunca renunciarán a la sombra del imperio que quiere colonizarles, o del separatismo que amenaza disgregarles o del bárbaro que puede arrasar su cultura. Sin esos fantasmas familiares, perderían la certeza de saberse "nosotros"...

jueves, 15 de octubre de 2009

Contra las patrias. (12)


A fin de cuentas, todo su ser consiste en su deber llegar a ser... Dos anécdotas bufas, pero rigurosamente ciertas, confirman esta perspectiva. Por un lado, la del joven vasco, estrictamente castellanohablante por linea familiar, quien, mientras se esforzaba por aprender esukera, se me quejaba diciendo: Claro, tú nunca podrás saber lo que es haberse visto privado de la lengua materna desde antes de nacer...". Y también aquel nacionalista andaluz que, en un simposio sobre la identidad nacional de España, tras disparatar un rato sobre Al-ándalus Norte y Al-ándalus Sur, pretendió convencer a los oyentes de que la situación de Andalucía era más grave que la de Euskadi o Catalunya, pues "los vascos tienen el euskera, los catalanes tienen el catalán, pero los andaluces no tenemos lengua". El pobre hombre no quería decir que les hubiese comido la lengua el gato, sino que no tenían una lengua prohibida, una lengua desde la que oponerse y a partir de cuya persecución fraguarse su identidad.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Contra las patrias. (11)


La Nación no es una esencia platonizante ni una realidad histórica preexistente a la voluntad política de quienes la inventan,la organizan y, en muchas ocasiones, la imponen por la fuerza a los remisos. De aquí la frecuencia con que los mayores nacionalistas, los líderes teóricos o políticos de los movimientos de afirmación nacional, provienen de las zonas límítrifes del país en cuestión, de sus márgenes, incluso abiertamente de fuera de él. Es en los litigios fronterizos, allá donde nada está demasiado claro y se reivindican derechos contrapuestos, cuando la nación se autoinstituye con la fuerza de lo arbitrario, de lo que debe quedar definitivamente zanjado. Isaiah Berlin dedica una brillante página a este aspecto de la cuestión: "La visión que Napoleón tenía de Francia no era la de un francés; Gambetta llega de las fronteras del sur, Stalin fue georgiano, Hitler, austriaco, Kipling llegó de la India. De Valera era sólo medio irlandés, Rosemberg llegó de Estonia, Theodor Herlz y Jabotinsky, al igual que Trotsky, de los márgenes asimilados del mundo judío -todos ellos eran hombres de visión ardiente, ya fuera noble o degradada, idealista o pervertida, que había tenido su origen en heridas inflingidas a su "amour propre" y a su ofendida conciencia nacional, porque vivían cerca de las fronteras de la nación, donde la presión de otras sociedades, de civilizaciones extranjeras, era más fuerte-. Hugh Trevor-Roper precisamente ha advertido que los nacionalismos más fanáticos aparecen en centros donde las nacionalidades y culturas se mezclan, donde la fricción es más fuerte: por ejemplo, Viena, a la cual podrían añadirse las provincias bálticas que formaron a Herder, el independiente ducado de Saboya en que De Maitre, el padre del chovinismo francés, nació y creció, o Lorena, en el caso de Barrès o De Gaulle. Es en esas provincias remotas donde la visión ideal del pueblo o nación como debiera ser, como uno la ve con los ojos de la fe, cualesquiera que sean los hechos reales, se genera y crece fervientemente". ¿Habrá que añadir a esta contundente enumeración el nombre de nuestro arriscado teniente coronel Tejero, nacido en una de las provincias africanas españolas, o recordar que el nacionalismo vasco contemporáneo surge cuando la industrialización de Vizcaya atrae a trabajadores inmigrantes que rompen la homogeneidad cultural de la zona? La nación es el revistimiento mitológico de una ficción administrativa y se asienta precisamente en el desafío de dar por naturalmente fundada su convencional arbitrariedad.

martes, 13 de octubre de 2009

Contra las patrias. (10)


Dos dogmas míticos subyacen a todo nacionalismo: primero que tal cosa como la "realidad nacional" existe antes de la voluntad de descubrirla y potenciarla; segundo que el derecho de autodeterminación política equivale en la práctica -y así de hecho se agota- a la posibilidad de fundar un Estado nacional independiente. Ninguna de estas dos estampas para sugestionables merece demasiado acatamiento. Es el nacionalismo el que inventa la nación, no la preexistencia de ésta la que origina aquel.

lunes, 12 de octubre de 2009

Contra las patrias. (9)


Con razón denominaba Rabindranath Tagore a la nación "un sistema de egoísmo organizado" y añadía: "La idea de nación es uno de los medios soporíferos más eficaces que ha inventado el hombre. Bajo la influencia de sus efluvios, puede un pueblo ejecutar un programa sistemático del egoísmo más craso, sin percatarse en lo más mínimo de su depravación moral; aún peor, se irrita peligrosamente cuando se le llama la atención sobre ello". El fastidioso y hueco "nosotros" del nacionalista es pura y simplemente una hinchazón retórica del más intransigente, rapaz e inhumano (aunque -ay- demasiado humano) "yo".

domingo, 11 de octubre de 2009

Contra las patrias. (8)

Os invito a leer un trocito del libro que publicó Fernando Savater en 1984.





Lo importante es, sencillamente, subrayar que, en sí mismo, el nacionalismo no tiene ninguna especial virtud redentora, ni tampoco es en toda ocasión signo de una lacra irracional entre las diversas opciones políticas. Y también es preciso aclarar que de ninguna manera hace falta compartir la vocación política nacionalista para reconocer el derecho de existencia y libre de expresión a ésta, lo mismo que no hace falta ser uno mismo religioso para tenerse por firme partidario de la logia, en cambio, el nacionalismo es ya mucho más discutible. En fecto, no se trata simplemente de creer en el derecho de cada "nación" a su autogobierno, pues el carácter mismo de nación o sus límites o lo que se entienda por autogobierno son conceptos que no pueden ser sin más establecidos sin una serie de presuposiciones que terminan por abarcar toda una concepción política explícita o implícita, toda una doctrina acerca de lo primordial en la vida y orden de la comunidad. Diríase que, en su fórmula más templada, el nacionalismo es algo así como un discreto conservadurismo que dice "a mí que me dejen con mi vida, con mi lengua, con mis costumbres y con mis propios errores o aciertos", es decir, no pasa de ser un rechazo de las injerencias foráneas; pero, en su expresión más extrema, el nacionalismo puede ser una ideología imperialista, racista y la mejor coartada para empresas bélicas criminales.

sábado, 10 de octubre de 2009

Contra las patrias. (7)


El término "nacionalismo" es mucho más reciente, y su origen no deja de encerrar también una notable paradoja. En efecto, si hemos de creer a Charles schmidt (citado por Bertrand de Jouvenel, vid. bibliografía), el término fue acuñado por el peridodista y librero Rodolfo Zacarías Becker, detenido en 1812 por Napoleón por actividades "pro-germánicas". Becker se defendió diciendo que la nación germánica no se componía de un Estado único, como la francesa o la española, sino que estaba repartida entre varios: imperio francés, Rusia, Suecia, Dinamarca, Hungría y hasta Estados Unidos de Ameérica. La lealtad a cada uno de estos Estados, que enlaza tradicionalmente con la "fides" germánica, es compatible con la preservación del amor a la propia nación alemana. Por decirlo con las propias palabras de Becker: "Este apego a la nación, que podría llamarse nacionalismo, se concilia perfectamente con el patriotismo debido al Estado del que se es ciudadano". Aquí puede verse que, contra lo que algunos quieren suponer, el término "nacionalismo" se inventa para designar un sentimiento de pertenencia étnica o cultural netamente deslindado de la adscripción estatal, hasta tal punto que uno puede ser -según Becker- nacionalista germánico y buen patriota francés o sueco. Evidentemente, el enraizamiento de la palabra en el lenguaje político moderno no ha conservado esta paradójica característica (quizá pergeñada a toda prisa por el pobre Becker para librarse de la severidad de su imperial carcelero). Hoy, ser nacionalista es tener vocación de fundar un Estado nacional: hasta tal punto que puede decirse que es el nacionalismo como proyecto y empeño quien causa la nación y no a la inversa. Por aportar una definición suficiente y contemporánea, citaré la de José Ramón Recalde en su impresindible libro "La construcción de las naciones": "El nacionalismo es una práctica de objetivos políticos y de contenido ideológico, que pretende establecer formas de autonomía para los miembros de una colectividad que titula nación". Puede complementarse con esta otra, maliciosa, de Arnold S. Toynbee, que indignaba a Ortega: "El espíritu de la nacionalidad es la agria fermentación del vino de la Democracia en los viejos odres del Tribalismo".

viernes, 9 de octubre de 2009

Contra las patrias. (6)


La opinión que me parece más sensata sobre esta cuestión nacional-patriótica tiene su adecuada expresión en este párrafo de Santayana: "El país de un hombre, en el sentido moderno del vocablo, es algo que nació ayer, que modifica constantemente sus límites y sus ideales, es algo que no puede perdurar eternamente. Es el producto de accidentes geográficos e históricos. Las diversidades entre nuestras diferentes naciones son irracionales. Cada una de ellas tiene el mismo derecho -o necesita tener el mismo dercho- a sus peculiaridades. Un hombre que sea justo y razonable desde hoy en día, en la medida en que se lo permita su imaginación, participar del patriotismo de los rivales y enemigos de su país, un patriotismo tan inevitable y conmovedor como el suyo. Como la nacionalidad es un accidente irracional, lo mismo que el sexo o el carácter orgánico, la lealtad de un hombre hacia su país debe ser condicional, por lo menos si es un filócofo. Su patriotismo tiene que subordinarse a la lealtad racional, a cosas como la humanidad y la justicia".

jueves, 8 de octubre de 2009

Contra las patrias. (5)


Todas las almas tienen uno o varios puntos ciegos, zonas de espítitu que no responden a los estímulos simbólicos habituales. El patriotismo es el más notable de los rincones refractarios de la mía. No quiere decir esto que sea insensible al espectáculo de la lealtad, las banderas o a la gloria de los imperios. Todo lo contrario: cualquier cosa que exalta y tonifica al hombre me parece inmediatamente conmovedora. Tengo fácil la cuerda de la simpatía colectiva, sobre todo cuando se reviste de suntuosidad heroica. Puedo derramar lágrimas oyendo una marcha de gaitas escocesas o la Marsellesa, viendo en una película entonar la Internacional o contemplando la derrota de Rommel en el desierto africano: en Venecia, me entusiasmo con los orgullosos triunfos del León de San Marcos y soy capaz de compartir lo mismo el arrebato por los rascacielos neoyorquinos que la admiración por el tesón de los guerrilleros centroamericanos. Por decirlo de una vez, tengo todos los patriotismos, pero no uno solo, no uno al que pueda llamar mío. Siento las peculiaridades de mi tierra, pero también amo con versátil ingenuidad las de cualquier otra. Y, desde luego, detesto a los patriotas de oficio y beneficio, a los maniáticos unilaterales, a los profesionales de la glorificación de "lo de casa", a los que se pavonean ostentando un vino del terruño o el nombre célebre de uno de sus conciudadanos como si se tratara de una medalla ganada por virtud propia. Sólo quien nada vale por sí mismo puede creer que hay mérito en haber nacido en determinado lugar o bajo determinada bandera. Por otro lado, desde muy joven tuve a los nacionalismos por una grave desgracia colectiva, enemiga principal de la paz entre los países y de la emancipación de los individuos.

Contra las patrias. (4)


Dijo Rainer Maria Rilke que "la única y auténtica patria del hombre es su infancia". Este libro va contra todas las patrias, pero permanece fiel a ésa que nos reveló el poeta. Y mi infancia es San Sebastián, Fuenterrabía, Pasajes, Lezo, la Guipúzcoa preciosa y oprimida por el franquismo de los años cincuenta. No tengo sangre vasca, salvo lo que pueda venirme por transfusión de un apellido Ecenarro más bien remoto. Mi madre es madrielña, y mi padre, granadino, fue notario de San Sebastián durante casi treinta años: ambos se consideraron incesante y jubilosamente donostiarras. Desde pequeño tuve ocasión de experimentar las paradojas persecutorias de la diferencia: en el colegio de San Sebastián solía ser objeto de benévolas burlas por mi dicción demasiado castellana (defecto agravado por mi pedante afición de lector procaz a las palabras rebuscadas), mientras que, cuando a los trece años me trasladé a Madrid, sufrí entre mis compañeros auténtica marginación y veniales linchamientos por mi acento demasiado vasco. Nada educa tanto como la frontera y el exilio... aunque se padezcan a la más modesta escala.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Contra las patrias. (3)


En cuanto adopto con cierta determinación un punto de vista, comienza a tentarme con fuerza la opción opuesta y soy más sensible que nunca a sus encantos persuasivos. Esta propensión a encarnar la quinta columna de mí mismo no me evita los furores de la toma de partido, pero, en cambio, me priva del dócil nirvana de la afiliación...

martes, 6 de octubre de 2009

Contra las patrias. (2)


Tras mi experiencia como profesor en el País Vasco, he quedado convencido de que nuestros males presentes -por no hablar de los futuros- provienen de la educación perversa que a tantos y tantos futuros ciudadanos vascos se les ha dado desde la primera enseñanza hasta el final de los estudios universitarios. La saña de los jóvenes vándalos urbanos que hoy apalean a viandantes desafectos, queman autobuses y destrozan cabinas telefónicas en el País vasco no es genética, ni fruto de la opresión que ven a su alrededor (han nacido y crecido en la autonomía más libre de Europa) ni consecuencia del paro, la marginación o la droga sino estrictamente ideológica: les ha sido inculacda por las personas que debieron educarles, muchas de las cuales ahora se escandalizan de sus desmanes.

lunes, 5 de octubre de 2009

Contra las patrias

A partir de hoy iré seleccionando y colgando trozos de "Contra las patrias", el libro que escribió Fernando Savater en 1984 y que fue reeditado en 1996.




Desde hace mucho estoy convencido de que el Estado democrático moderno no tiene como misión fabricar homogeneidad social a costa de las diferencias nacionales de los grupos que en él conviven sino defender el marco común de los derechos individuales en que éstas deben y pueden convivir, lo cual produce la verdadera homogeneidad social deseable. Por tanto, cuando ahora se habla de aceptar la plurinacionalidad constitutiva -no sé si también constitucional, ni me importa demasiado- del Estado español, estoy completamente de acuerdo. Pero llevo el plurinacionalismo un poco más lejos, porque no lo concibo sólo entre cada una de las nacionalidades históricas y el Gobierno central, sino dentro de cada una de ellas. Ser plurinacionalista no es sólo querer la pluralidad nacional en España sino también en Euskalherria o en Catalunya. Quienes se contentan con menos y entienden la construcción política nacional como imposición de valores homogéneos en su territorio de pertenencia -aunque reclamen la pluralidad nacional para el Estado- no son plurinacionalistas sino nacionalistas a secas, siéntanse ante todo españoles, vascos o catalanes. A fin de cuentas, los nacionalistas -incluso los más pacíficos- ven a la humanidad formada por regimientos, cada uno con su uniforme y su pendón que no debe confundirse con el de los demás.

La tierra nos obliga...


"El riesgo que corremos es conferir el peso decisivo a las metáforas y no a la tierra. En este sentido, investigar las complejidades de un paisaje distante provoca reflexiones sobre el propio paisaje interior y sobre los paisajes familiares que llevamos en la memoria. La tierra nos obliga a intentar comprender qué somos nosotros mismos."

BARRY LÓPEZ

domingo, 4 de octubre de 2009

Culo de hierro


Hace años en Italia a Berlinguer le llamaban "culo de hierro" porque era de los que aguantaban las reuniones más maratonianas sin levantarse de la silla. Por lo visto un político ha de saber conservar su silla. Y así nos va, con profesionales más preocupados en "estar" que en "ser".