lunes, 2 de noviembre de 2009

Contra las patrias. (35)


Supongo que todas las doctrinas políticas tienen que tener su parte de astuta falsedad para hacerse popularmente atractivas. Si fuesen completamente veraces serían insípidas y no despertarían el entusiasmo multitudibario. Los mitos engañosos son como ese toquecito de nuez moscada o de pimienta que hay que añadir a los condumios más rutinarios para hecerlos ricos, ricos, ricos. En el caso de los nacionalismos, tales engañifas son particularmente abultadas.
La primera es que el nacionalismo no consiste más que en el amor al país en que uno ha nacido o donde uno vive, a sus tradiciones, a su lengua, etcétera. ¿Se le puede reprochar a alguien -preguntan doloridos los nacionalistas- este amable y natural sentimiento, semejante al que uno tiene por su familia o por las humildes vísceras de su cuerpo? Dejemos de lado el hecho obvio de que amar a la patria no es como amar a los padres, ni siquiera como amar a una tía y mucho menos al propio cuerpo. La determinación de los parentescos nacionales es más convencional y arbitraria que la de otros. La nación es una institución cultural, no meramente un paisaje o un lazo sanguíneo.
Pero resulta además que el nacionalismo no es un sentimiento, sino una ideología política. El nacionalismo no habla de amores, sino de quién debe mandar y cómo ha de organizarse una sociedad: de modo que convierte la pertenencia étnica en base y orientación de la participación democrática. Del sentimiento de amor al propio terruño no se deriva forzosamente la ideología nacionalista del mismo modo que el incesto no es una consecuencia inevitable del amor filial: en ambos casos se trata de desbordamientos morbosos y probablemente indeseables. Los "ismos" suelen siempre indicar énfais nada obvios en lo obvio, lo mismo que las palabras acababadas en "itis" señalan inflamación y no simple posesión de un órgano. Como ha señalado con razón y gracia Julián Marías, uno puede saberse perteneciente a una nación sin ser nacionalista, lo mismo que puede tener un apéndice sin padecer apendicitis.

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