lunes, 2 de noviembre de 2009

Contra las patrias. (34)


El mundo se va acrisolando en compartimentos estancos, en rebaños de inocentes aunados por sus agravios históricos contra los otros, que siempre tienen mala intención (uno de los lemas de los independentistas de Quebec es je me souviens -me acuerdo- referido a una derrota militar de los franceses ocurrida hace doscientos cincuenta años). Nadie quiere ser al menos responsable parcialmente, cada cual se empecina en presentarse como víctima y cobrar su indemnización. Lo cuenta muy bien Pascal Bruckner en su ensayo más reciente, "La tentación de la inocencia" (Anagrama, Barcelona, 1996), uno de los mejores análisis de la sociedad actual aparecidos en los últimos años. Como se espera cada vez menos de los que puede lograrse entre todos, parece llegado el momento de refugiarse en lo que se nos ha dado en la cuna de una vez por todas. Se supuso un día que las instituciones humanas estaban destinadas a remediar los males cainitas que trajo a nuestra común progenie el pecado original; ahora solo deben servir para momificar la deuda que los demás tienen con cada miembro de la gran familia. Y nos vamos disgregando en bandadas semejantes a las de aquellos pájaros descritos por Borges en su libro de los seres imaginarios, esos que vuelan siempre de espaldas "porque no les preocupa adónde van, sino de donde vienen".

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