domingo, 1 de noviembre de 2009

Contra las patrias. (33)


¿Patria? No, gracias. Tengo a las patrias por justificaciones alucinatorias del enfrentamiento bélico y de la militarización de la sociedad. Es cierto que hoy no sólo cuentan razones nacionalistas para legitimar las guerras (determinados "valores eternos" se cotizan también en el mercado de la pólvora y la sangre, como las "libertades democráticas", la "revolución" proletaria", el "triunfo del Islam" o "del judaísmo", etcéter), pero resulta indudable que motivos patrioteros arropan cualquier otra argumentación sobre la oportunidad de la matanza. Tal como Diderot decía que "en la amistad más pura hay siempre un poco de testículo", puede asegurarse que en toda ideología belicista, hostil, de afirmación por antagonismo, existe un sólido componente patriótico-nacionalista que, en algunas ocasiones, será no menos del noventa por ciento del coktail. Quien -como yo- piense que oponerse al militarismo constituye en la actualidad el camino fundamental de radicalización de las democracias tiene lógicamente que oponerse a todo énfasis de patriotismo, pues la venta de ese producto oscurantista y averiado suele acompañar al tráfico de armas. Por lo demás, como educador, mi antinacionalismo y antpatriotismo se refuerzan. No es que yo crea demasiado en la educación. más bien la considero una tarea fundamentalmente imposible (y en buena medida indeseable) en todo aquello que rebasa el simple aprendizaje técnico. Más allá de los ejercicios de adiestramiento que toda doma comporta, "educar" es para mí ofrecerse a la pasión devoradora de los jóvenes, darles "adulto para cenar". No venero, halago ni admiro a los jóvenes, pero los amo. Me niego a enseñarles una sola palabra obtusa por la cual deban morir. La guerra, como se ha dicho, es la venganza de los viejos contra los jóvenes: nada más repugnante que esos ancianos resentidos que farfullan desde su anquilosamiento sin futuro las consignas por las que morirán sus discípulos. Si en las guerras no perecieran más que hombres de cuarenta años para arrriba, quizá yo no fuera antibelicista e incluso encontrase justificaciones al siniestro juego. Tal como están las cosas (sobre todo en el País Vasco, donde jóvenes de diecinueve o veinte años con tricornio son eliminados por coetáneos con pasamontañas, o viceversa), dedicaré todas mis fuerzas y mi elocuencia a gritar: "¡No!".

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