martes, 30 de diciembre de 2008

Dos es demasiado.


Un artículo de David Trueba, donde dice: "la mejor manera de deshumanizar a las personas es convertirlas en grupos, en naciones..."

Nunca había entendido por qué los chalets adosados me provocaban tristeza. ¿A ustedes les pasa? Semanas atrás acompañé a un amigo a visitar una de esas cosas que los urbanicidas modernos llaman "nuestros barrios". Estaba en el extrarradio de una gran ciudad y gracias a un desarrollo rápido y eficaz ahora es un conjunto de calles y chalets rabiosamente nuevos. La mayoría de ellos, como están construidos con materiales baratos y cero amor, pronto mostrarán la decadencia torpe de lo mal hecho: azulejos que se caen, humedades, mampostería nada fina, ventanas mal ubicadas, problemas de aislamiento. Pero ésas serán humillaciones con las que tendrán que apechar los futuros inquilinos. Nuestro interés no era más que estético. Démonos un paseo por un nuevo barrio cuando todo era fantasmal, inhabitado. Nos pareció algo así como una exposición de ataúdes, donde a uno le dan ganas de meterse, hasta tal punto les falta algo sin el muerto dentro.
Cuando nos alejamos para poder mirarlo con perspectiva, le confesé a mi amigo la tristeza que me invadía al ver tantas casas, creo que era cerca de 600, absolutamente iguales las unas a las otras. Mi amigo me dijo: "Eso es normal. ¿Cómo no te va a entristecer algo idéntico? es contrario a lo humano". Entonces mi amigo me explicó lo que yo, ignorante absoluto, nunca había comprendido: "La naturaleza no ofrece dos cosas idénticas. Jamás dos animales o dos árboles son iguales. Nunca una nube es igual a otra. Por supuesto una concha de mar o una colina no tienen gemela. Porque lo idéntico es antinatural. Pregúntale a un gemelo si cree que su hermano es igual a él. La diferencia es la belleza".
Claro, comprendí por qué los labios de serie o las tetas y narices postizas nunca me parecen bellas. Comprendí la tristeza que me invade al mirar esos grandes bloques de viviendas todas iguales cuando uno siente que cada una de ellas debería responder a unas necesidades o un detalle particular. Entendí que por más que se empeñen nunca podremos ser idénticos los unos a los otros. Por eso la mejor manera de deshumanizar a las personas es convertirlas en grupos, en naciones, en asociaciones, extirparles aquello que los hace únicos. Por eso siempre me he rebelado contra los totalitarismos, contra los uniformes, contra la tuna y la peña, porque nunca he querido renunciar a ser un tipo solo que se junta con otros tipos solos. por eso el hecho de construir 600 casas idénticas contribuye a la deshumanización, es una especie de despreciativa oferta. Es el botellón urbanístico. La versión risueña y amabalísima de los barracones.
Tiene gracia descubrir tan tarde que las personas nos rebelamos contra la uniformización, la fabricación en serie y la imitación porque es algo que llevamos en nuestra naturaleza. Una rebelión, otra, en la que vamos perdiendo por goleada. ¿Nos obligarán finalmente a amar lo que debemos despreciar?
Yo creo que nos pasa un poco como a los peces en el acuario. Podemos llegar a ser felices en nuestra urnita de un salón acogedor, pero siempre y cuando nunca jamás sepamos de la existencia del mar.

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