martes, 28 de junio de 2011
De vuelta al barrio.
Mi morada actual estaba a apenas veinte minutos de allí. Diez, un domingo por la mañana. Cómo había sido tan descastado de no ir en todo aquel tiempo. Cómo no había llevado nunca a Andrés. Cómo, en fin, gastaba la vida en querellas ajenas, en vez de paladear la íntima y profunda emoción que me producía ver aquellas calles donde yo había sido niño: donde había partido peonzas, ganado canicas, perdido novias. Claro que estas experiencias, si se convierten en hábito, se vuelven banales. Valen lo que su despojo, lo que su ausencia; lo que el escalofrío que le produce a uno ver que eso ya no es suyo, sino de otros. En el caso de mi barrio, de todos los sudamericanos que ahora poblaban sus calles, y que llevaban camino de convertirse en la comunidad mayoritaria. Y estaba bien así. Los sitios son de quienes hacer por vivirlos. Yo, como desertor, no podía reclamar derecho alguno. No frente a ellos.
La estrategia del agua, LORENZO SILVA
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