viernes, 27 de noviembre de 2009

Otro nacionalismo era posible


Joseba Arregui en El Diario Vasco.

En la interpretación del nacionalismo vasco tradicional dos metáforas o imágenes se han impuesto. Dos imágenes que ayudan a entender ese fenómeno social y político. O al menos ayudan a simplificarlo lo suficiente como para creer haberlo entendido. Aunque esas imágenes no pocas veces ocultan más de lo que revelan y dificultan una comprensión adecuada del fenómeno.

Me refiero a la imagen de las dos almas del PNV, a la imagen del péndulo patriótico. Imágenes que dan a entender que el nacionalismo tradicional se mueve siempre entre dos puntos conocidos, y sólo entre esos dos. Y si el PNV se mueve siempre entre dos puntos conocidos, lo que nos queda es el recurso de preguntarnos en qué punto se encuentra actualmente para dar cuenta cabal de su situación.

Un punto de referencia es el de la radicalidad del mensaje sabiniano: 'Euskadi es la patria de los vascos', dando al término patria todo el contenido político que obliga a culminar en un Estado nacional propio. Y el otro punto es el que acopla esa proclama radical a las posibilidades del momento, el que pasa la exigencia radical por el cedazo del pragmatismo, dando lugar a una política moderada. Unas veces el péndulo se encuentra en un extremo, otras en otro, otras en camino de uno a otro.

El poder de simplificación de la imagen es realmente muy grande, lo que la hace muy atractiva. Y sin embargo no resulta difícil pensar que la historia humana, cada momento histórico es, en realidad, algo demasiado complejo para poder ser reducido a dos opciones. Porque si se habla de dos almas en el PNV se podría decir que, además de los polos de la radicalidad y de la moderación, habría que tener en cuenta, en el caso del fundador, los polos de la teocracia estructural de su planteamiento y de la modernidad de los instrumentos pensados y puestos en práctica a su servicio.

El eslogan 'Yo para Euskadi, y Euskadi para Dios', por un lado, y la creación de un partido de masas y el uso de los medios de comunicación como modernidad instrumental, por otro: una dualidad de polos distinta a la tópica de las dos almas. Y la fijación de la meta política del PNV, en respuesta a la exigencia de Ramón de la Sota de contar con un programa político como cualquier otro partido, en la plena integración foral, en la recuperación de la situación previa a 1839, crea otro polo que posee entidad por sí mismo, y no como punto intermedio entre otros dos extremos.

La compleja realidad de cada momento ha puesto de manifiesto, a lo largo de la historia del PNV, que sus opciones eran también más complejas de lo que insinúan las imágenes tópicas. El mismo Sabino Arana diputado en la institución foral vizcaína actuó no tanto moderadamente, sino de acuerdo a la meta programática del partido. En su escrito 'Grave y trascendental', sea como consecuencia de las represiones sufridas por el PNV, sea por convencimiento propio, recomienda a su partido un programa de autonomía política en una España federal, y se guarda en su intimidad la fe nacionalista, dando así, aunque fuera inconscientemente, el paso clave hacia la modernidad, la separación de lo adecuado para la esfera pública de lo posible como convicción personal e íntima, religiosa o de otra índole.

Engracio de Aranzadi, 'Kizkitza', establece otra dualidad de gran interés: la que ve entre lo importante, la pervivencia de una identidad vasca diferenciada, y los instrumentos políticos adecuados para ello en cada momento, siempre secundarios. Pero fueron sobre todo los nacionalistas que vivieron la Segunda República, la Guerra Civil, el exilio y la dictadura franquista los que tuvieron que pensar y adaptar su nacionalismo a unas situaciones tremendamente complejas, a las que no podían responder con esquemas simplistas.

La generación de José Antonio Aguirre tuvo que repensar su nacionalismo en el contexto de una república que, aunque a regañadientes, abrió el camino al Estatuto de Autonomía y a la creación de dos potentes imágenes de referencia para el imaginario nacionalista, el lehendakari y el Gobierno vasco -ambos ligados al Estatuto-, la Guerra Civil y la dictadura, que con la negación de la democracia y la libertad en España implicaban falta de libertad y democracia para los vascos -una ecuación que será importante para Aguirre, la libertad y la democracia en España como garantes de libertad y democracia en Euskadi-, en el contexto de una Europa amenazada por el nazismo y el fascismo, y más tarde por el totalitarismo comunista; en el contexto, pues, de una democracia y de una libertad amenazadas, en el contexto de unas democracias que fueron capaces de enfrentarse a los totalitarismos en defensa de la democracia y la libertad.

La generación de Aguirre, Landáburu, Ajuriaguerra y otros fue una generación de nacionalistas que volvió a pensar el nacionalismo, siempre entendido bajo la meta política de la reintegración foral plena, reintegración que implica necesariamente alguna forma de integración en España, en el contexto de una democracia y de una libertad en riesgo, y que, por consiguiente, aprendieron que Estado de Derecho, democracia, libertad, derechos ciudadanos no eran juguetes que se pueden desechar, sino elementos que debían configurar su entendimiento del nacionalismo.

Hoy, cuando de boca de nacionalistas escuchamos que el concepto de ciudadanía es un concepto extraño a los vascos, porque surge en la Revolución Francesa, entra en España por la Constitución de Cádiz y es la fuente de los problemas vascos, cuando escuchamos a nacionalistas denostar la ciudadanía como concepto posmoderno, uno se pregunta cómo habrían reaccionado los líderes nacionalistas de la generación de Aguirre y Landáburu al escuchar que lo que ellos habían aprendido, participando en la lucha de Europa y del mundo libre contra la amenaza del totalitarismo de fuentes diversas, es declarado contrario a Euskadi.

Si Sabino Arana intuyó que Euskadi sólo tenía futuro huyendo del carlismo y de su planteamiento antisistema, de su incapacidad de integración en la modernidad -aunque el propio Sabino Arana conservase elementos estructurales de ese planteamiento-, si la generación de Aguirre vivía plenamente ese convencimiento de tener que huir del carlismo, pero al mismo tiempo tuvo que aprender que había que huir igualmente del totalitarismo nazifascista y del totalitarismo revolucionario comunista, tendrían enormes dificultades para entender a un nacionalismo que, hoy, vuelve a mirar, por un lado, con nostalgia las regulaciones políticas del Antiguo Régimen de las que vivía el carlismo, y por otro se ofrece de acompañante de los revolucionarios de siempre, que con buen instinto siempre han despreciado al nacionalismo tradicional.

Si algo ha caracterizado al nacionalismo a lo largo de su historia no es tanto su pendulear entre dos extremos opuestos y simples, sino su capacidad de adaptación a las nuevas situaciones, su capacidad de aprender en la complejidad de las situaciones históricas. Y si algo comienza a caracterizar a ese mismo nacionalismo en los últimos años, es su incapacidad de hacer frente a la complejidad de la situación histórica actual, su incapacidad de adaptar su pensamiento a una situación política bien distinta a aquélla en la que nació y a aquélla en la que le tocó vivir durante el período más largo de su historia.

Hoy el nacionalismo es incapaz de reflexionar seriamente sobre lo que es ser nacionalista en condiciones de libertad y de democracia en España, en condiciones de poder autonómico como nunca ha gozado Euskadi en su historia, en condiciones de creciente unión europea, en condiciones de movilidad, integración mundial y globalización. En lugar de ello, se dedica a promulgar eslóganes simples que apelan a identidades uniformes y homogéneas inexistentes e indeseables, propuestas que recuerdan demasiado al Antiguo Régimen, proyectos de exclusión de quienes, con la lealtad que en su día reclamaba Aguirre, han asumido la justeza de la reintegración foral plena, una reintegración que supera con el Estatuto actual cualquier otra situación de la historia de Euskadi, y lo que el mismo Aguirre pactó con Indalecio Prieto el año 1936.

Otro nacionalismo era posible si hubiera habido nacionalistas con la capacidad de seguir la estela de los nacionalistas de la generación del lehendakari Aguirre y sus compañeros, pero no se les vislumbra en el horizonte.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Juan Pablo Fusi


El no-nacionalismo no es antinacionalismo. Ni siquiera se define por la negatividad. Es, a su manera, un sentimiento de pertenencia a una comunidad, una manifestación de identidad comunitaria. Más aún, el no-nacionalismo no rechaza necesariamente los hechos nacionalistas. Pero, en contraste con el nacionalismo, el no-nacionalismo pone el énfasis en la dimensión no esencialista de la nacionalidad, concibe la identidad nacional como una identidad cuando menos compleja.


Juan Pablo Fusi

domingo, 15 de noviembre de 2009

Utopía



"El día que un poema valga más que un Ferrari, se habrá realizado la utopía."


LEO BASSI.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Alfonso Guerra


"Daría la mitad de mi vida para que los nacionalistas pudieran defender sus tesis, pero la otra mitad la necesito para batallar para que los nacionalistas no consigan lo que pretenden"


Alfonso Guerra.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Nací en Alamo

No tengo lugar
Y no tengo paisaje
Y aún menos patria

martes, 3 de noviembre de 2009

Contra las patrias. (y 36)

Con este post acabamos la serie dedicada a "Contra las patrias", el libro que Fernando Savater escribió en 1984 y reescribió en 1996.




Esta anécdota la contó en una de sus glosas Eugenio d´Ors. En el París de comienzos de siglo malvivía un mendigo irlandés, que se ganaba unos pocos céntimos para vino tocando el acordeón. Cuando alguien mencionaba Irlanda, sus ojillos de borracho se llenaban de lágrimas. Un día le gastaron sus compañeros de asilo una broma siniestra. Aprovechando que todo el mundo hablaba de una catástrofe volcánica ocurrida en una isla americana, le dijeron al pobre viejo que la verde Erín había sido destruida. Esa noche sonó una dulce balada irlandesa tocada al acodeón sobre un puente del Sena, luego un chapuzón en las aguas negras. Así es el verdadero amor: no quiere instituciones ni pone bombas, pero no sabe sobrevivir a lo que ama.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Contra las patrias. (35)


Supongo que todas las doctrinas políticas tienen que tener su parte de astuta falsedad para hacerse popularmente atractivas. Si fuesen completamente veraces serían insípidas y no despertarían el entusiasmo multitudibario. Los mitos engañosos son como ese toquecito de nuez moscada o de pimienta que hay que añadir a los condumios más rutinarios para hecerlos ricos, ricos, ricos. En el caso de los nacionalismos, tales engañifas son particularmente abultadas.
La primera es que el nacionalismo no consiste más que en el amor al país en que uno ha nacido o donde uno vive, a sus tradiciones, a su lengua, etcétera. ¿Se le puede reprochar a alguien -preguntan doloridos los nacionalistas- este amable y natural sentimiento, semejante al que uno tiene por su familia o por las humildes vísceras de su cuerpo? Dejemos de lado el hecho obvio de que amar a la patria no es como amar a los padres, ni siquiera como amar a una tía y mucho menos al propio cuerpo. La determinación de los parentescos nacionales es más convencional y arbitraria que la de otros. La nación es una institución cultural, no meramente un paisaje o un lazo sanguíneo.
Pero resulta además que el nacionalismo no es un sentimiento, sino una ideología política. El nacionalismo no habla de amores, sino de quién debe mandar y cómo ha de organizarse una sociedad: de modo que convierte la pertenencia étnica en base y orientación de la participación democrática. Del sentimiento de amor al propio terruño no se deriva forzosamente la ideología nacionalista del mismo modo que el incesto no es una consecuencia inevitable del amor filial: en ambos casos se trata de desbordamientos morbosos y probablemente indeseables. Los "ismos" suelen siempre indicar énfais nada obvios en lo obvio, lo mismo que las palabras acababadas en "itis" señalan inflamación y no simple posesión de un órgano. Como ha señalado con razón y gracia Julián Marías, uno puede saberse perteneciente a una nación sin ser nacionalista, lo mismo que puede tener un apéndice sin padecer apendicitis.

Contra las patrias. (34)


El mundo se va acrisolando en compartimentos estancos, en rebaños de inocentes aunados por sus agravios históricos contra los otros, que siempre tienen mala intención (uno de los lemas de los independentistas de Quebec es je me souviens -me acuerdo- referido a una derrota militar de los franceses ocurrida hace doscientos cincuenta años). Nadie quiere ser al menos responsable parcialmente, cada cual se empecina en presentarse como víctima y cobrar su indemnización. Lo cuenta muy bien Pascal Bruckner en su ensayo más reciente, "La tentación de la inocencia" (Anagrama, Barcelona, 1996), uno de los mejores análisis de la sociedad actual aparecidos en los últimos años. Como se espera cada vez menos de los que puede lograrse entre todos, parece llegado el momento de refugiarse en lo que se nos ha dado en la cuna de una vez por todas. Se supuso un día que las instituciones humanas estaban destinadas a remediar los males cainitas que trajo a nuestra común progenie el pecado original; ahora solo deben servir para momificar la deuda que los demás tienen con cada miembro de la gran familia. Y nos vamos disgregando en bandadas semejantes a las de aquellos pájaros descritos por Borges en su libro de los seres imaginarios, esos que vuelan siempre de espaldas "porque no les preocupa adónde van, sino de donde vienen".

domingo, 1 de noviembre de 2009

Contra las patrias. (33)


¿Patria? No, gracias. Tengo a las patrias por justificaciones alucinatorias del enfrentamiento bélico y de la militarización de la sociedad. Es cierto que hoy no sólo cuentan razones nacionalistas para legitimar las guerras (determinados "valores eternos" se cotizan también en el mercado de la pólvora y la sangre, como las "libertades democráticas", la "revolución" proletaria", el "triunfo del Islam" o "del judaísmo", etcéter), pero resulta indudable que motivos patrioteros arropan cualquier otra argumentación sobre la oportunidad de la matanza. Tal como Diderot decía que "en la amistad más pura hay siempre un poco de testículo", puede asegurarse que en toda ideología belicista, hostil, de afirmación por antagonismo, existe un sólido componente patriótico-nacionalista que, en algunas ocasiones, será no menos del noventa por ciento del coktail. Quien -como yo- piense que oponerse al militarismo constituye en la actualidad el camino fundamental de radicalización de las democracias tiene lógicamente que oponerse a todo énfasis de patriotismo, pues la venta de ese producto oscurantista y averiado suele acompañar al tráfico de armas. Por lo demás, como educador, mi antinacionalismo y antpatriotismo se refuerzan. No es que yo crea demasiado en la educación. más bien la considero una tarea fundamentalmente imposible (y en buena medida indeseable) en todo aquello que rebasa el simple aprendizaje técnico. Más allá de los ejercicios de adiestramiento que toda doma comporta, "educar" es para mí ofrecerse a la pasión devoradora de los jóvenes, darles "adulto para cenar". No venero, halago ni admiro a los jóvenes, pero los amo. Me niego a enseñarles una sola palabra obtusa por la cual deban morir. La guerra, como se ha dicho, es la venganza de los viejos contra los jóvenes: nada más repugnante que esos ancianos resentidos que farfullan desde su anquilosamiento sin futuro las consignas por las que morirán sus discípulos. Si en las guerras no perecieran más que hombres de cuarenta años para arrriba, quizá yo no fuera antibelicista e incluso encontrase justificaciones al siniestro juego. Tal como están las cosas (sobre todo en el País Vasco, donde jóvenes de diecinueve o veinte años con tricornio son eliminados por coetáneos con pasamontañas, o viceversa), dedicaré todas mis fuerzas y mi elocuencia a gritar: "¡No!".

Contra las patrias. (32)


El designio de estas páginas es contribuir a desarmar ideológicamentee los patriotismos que aún nos aquejan, a fin de lograr desactivar luego todo el resto de su dispositivo bélico. La idea de patria -ya lo hemos dicho antes- es una noción verogonzosamente teológica, tanto más destructiva cuanto más imperiosamente monoteísta sea la deidad que la anima. Por ello, pienso que no todos los patriotismos que hoy sufrimos son igualemnte dañinos, aunque todos -por el solo hecho de serlo- me parecen potencialmente obcecados y embaucadores: los hay más ridículos, como el de cualquiera de esas regiones (Madrid a la cabeza), dotadas apresuradamente de una banderita pinturera, marcha triunfal y señas de identidad apañadas con patética presunción; pero el peor de todos es sin duda el patriotismo propiamente español, porque ha sido el que con sus abusos prepotentes y su ceguera ha terminado provocando todos los otros. "España" sigue siendo todavía una diosa de primera magnitud, frente a diosecillas locales, faunos, cupidos y elfos de culto más pintoresco que realmente sentido.